23 de marzo de 2012

La "espiritualidad" de la natación en aguas abiertas


Nadando en el hermoso lago de Cuicocha | Imbabura | Ecuador


Artículo original: The "Spirituality" of the Swim (BeginnerTriathlete.com)

No estoy seguro que me llevó a participar en mi primer triatlón allá por el año 2009. Hace años, recuerdo haber visto letreros para el Pequannock Triathlon y desde ahí, me picó la curiosidad. Mi excusa era que no tenía fácil acceso a una piscina. Cuando empecé a trabajar en la Seton Hall University en el 2008, se me acabó la excusa—especialmente porque el gimnasio y la piscina están literalmente cruzando la calle de donde trabajo.

Hacía bicicleta y trotaba, pero siendo sincero, en ninguna de las dos disciplinas rompía marca de velocidad alguna. En los últimos tiempos nadaba cuando estaba en la marina —y para ser un nadador de primera clase todo lo que se tenía que hacer era ir detrás de alguien. Eso no es exactamente igual a cuando se nada una milla en aguas abiertas. Así que no estoy seguro que practicar triatlón a mi edad (mitad de los 40s) haya sido una buena idea. Pero lo hice.

El mayor de los problemas, entre otros, era que jamás había tomado una lección de natación en mi vida. Recuerdo a mi entrenadora, Elizabeth Wittmaack Kaplanis, parada fuera de la piscina con su cabeza en sus manos mirándome el primer día hacer algún movimiento frenético con los brazos y las piernas en el agua, que alguien podría llamar "nadar" —pero en realidad era más un agitado movimiento corporal acuático. Gracias a Elizabeth y Chris Kaplanis e incontables horas de ejercicios y vueltas en la piscina fui capaz de realizar mi primer intento de una milla después de cinco meses de entrenamiento. Desde ese momento, la natación se ha convertido en una de mis disciplinas favoritas (en realidad, soy malo en las tres disciplinas—así que todo es relativo). Para mi, existe algo absolutamente liberador en las aguas abiertas y en la natación. Y bordea una profunda experiencia espiritual y religiosa.

Completé mi primer medio ironman el verano pasado en el lago Winnipesaukee. La etapa de 1 900 m empezó al amanecer y puedo recordar estar en el medio del lago y que con cada respiración podía apreciar el brillo dorado del sol sobre las colinas. En algún nivel, es algo tenebroso, recuerdo estar tan lejos que apenas podía ver a la gente de la playa. Podría ser algo desconcertante para algunos, pero por otro lado, había cierta paz en toda esta experiencia que en realidad no puedo ponerla en palabras. No estoy seguro si se debe a los nueve meses que pasamos rodeados de agua o si es algún instinto primitivo que nos atrae al agua. Lo que si se es que cuando me acerco a la playa en mi wetsuit  y el agua helada toca mis pies, es un encuentro extraordinario.

Algunos dicen que estoy loco, y quizás tengan razón, pero para mi la natación en aguas abiertas es el símbolo de nuestra naturaleza dual. Los humanos somos cuerpo y alma y cuando entro al agua, recuerdo que estoy en un ambiente que por un lado es totalmente extraño y por otro muy familiar también. Con cada brazada compruebo que puedo impulsarme y respirar por largos períodos de tiempo en un reino para el cual no fui necesariamente diseñado ¿O si? Existe algo en la planeación a lo largo de la superficie del agua, donde aire y agua se unen, que me recuerda la dualidad del cuerpo y el alma (Y si, suena a los pensamientos de un lunático). Pero para aclarar, no he dicho que me he convertido en un Aquaman o que he desarrollado branquias o que ahora soy un gran nadador. Nada de eso. Pero gracias a mis dos grandes entrenadores y a mucho coraje y entrenamiento, mi natación gradualmente ha pasado de un agitado movimiento corporal acuático a algo que es más sustentable sobre las distancias de más de una milla.

Mi esperanza es que si alguien está pensando en hacer un triatlón y se siente intimidado por la natación sepa que no hay razón. Mi esposa Bev, que no sabía nadar, empezó a tomar lecciones en octubre. Hará su primer triatlón con 1 500 m de natación en mayo. 

Uno de mis profesores de teología solía decir que "la fe libera y el miedo paraliza." Pienso que este profundo axioma no solo que es cierto en nuestras vidas espirituales sino en todo lo demás. Esta experiencia me ha enseñado que todo es posible. Con frecuencia, cuando de forma voluntaria añadimos el prefijo "im-" a esa palabra, limitamos lo que es, sin duda, siempre "posible."


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